viernes, 19 de julio de 2013

¿Otra pregunta?

Camino por la calle. Un hombre desvaído. Otro hombre frágil. Con sombrero este último. Sin sombrero el primero. Un tercer hombre con corbata. Sin bastón uno de los tantos. Camino. Busco por la calle un hombre con corazón sin corbata. Olvido el pensamiento y camino por la sombra, donde miles de transeúntes huyen de la luz que los disuelve. Sus sombreros fantasmas parten hacia el cielo, que se abre de par de par. Me detengo. Soy consciente de la verdad de mis palabras que no dicen nada, que brotan, se prolongan y se deslizan suavemente por mi espalda. Distingo entonces entre el amor y el vacío. Cuando uno ama, los hombres no portan sombrero. Y cuando el vacío, los sombreros caen estrepitosamente sobre el asfalto sin sombra. Entonces el amor es único porque los sombreros son también únicos. Los hay tenues como el viento. Ásperos como las espinas. Finos como el humo que muere finalmente. Los sombreros son maravillosos sin duda. También el amor que circula por esos anónimos trajes. Un hombre. Otro. Otro con sombrero sin esperanza. Es innegable, y difícil, escoger un sombrero. Pero también está el vacío, el mismo vacío que habita dentro del sombrero, del traje, también del corazón sin corbata. Llego así a mi destino. Los hombres se desvanecen mientras sus trajes caminan todavía, y sus bastones ladran y sus sombreros flotan en círculos amenazantes. Veo el vacío. Sin inmutarme. Sin disgustarme por el frío. Lo tomo de las puntas y aspiro despacio, con precaución. Mientras los sombreros resuenan por el aire sin hombres. 

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