Estimado Lisandro:
Comparto tu punto de vista respecto al ensayista. Y no considero que sea una afirmación
arbitraria. Porque de acuerdo a cómo interpreto lo que señalas, pues, sí, el
ensayista está entre el especialista y el creador. De uno debe rescatar y
mantener la exhaustividad y rigor respecto a los datos, recuerda que Rebaza así también lo plantea,
mientras que del otro tiene que conservar y demostrar la pericia y el genio
para hacer de su trabajo algo valioso, más allá de las cuestiones (y
cuestionamientos) contextuales que, en un principio, pudieran motivarlo. Y esto
último es una idea de Cerda, el ensayista chileno que descubrí en la Librería
de la PUCP. Pero también de Neyra, quien, en nuestras dos esporádicas y
brevísimas conversaciones, era muy
tajante acerca de ese punto (y aquí lo parafraseo, aunque si pudiese reproducir
las imágenes que llevo en mi memoria, en especial la de su mano sosteniendo —en
ese preciso instante— la idea —un objeto invisible pero palpable— y colocándola
—exhibiéndola— frente a mi rostro, supongo, entonces, que solo de ese modo,
todas estas palabras serían más creíbles): uno puede tener el conocimiento, que
en el caso del ensayo —y este es ya un aporte mío— viene a ser un conjunto de
interrogantes sin pronta solución, pero si no se sabe cómo transmitirlo, si uno
no maneja la prosa responsablemente, entonces no le sirve de nada, no puede
hacer nada finalmente.
Un paréntesis. Es casi imposible concentrarse en
ideas de este vuelo cuando uno tiene prácticamente el cuerpo entero adolorido.
Estos días he estado con la bicicleta de un lugar para otro, cosa que nunca había llevado con
el ritmo que lo estoy haciendo ahora, pues siempre la utilizaba una o dos veces
a la semana, pero nunca cinco días seguidos y sin ninguno de descanso. Además,
hace un par de días, junto con unos amigos del barrio, tuvimos una pichanga
nocturna, que —triste es aceptarlo— ha evidenciado el innegable peso (así, con e, y no con a) del tiempo sobre mi cuerpo. Continúo.
Digamos que el ensayista no solo deberá obtener el
material sobre el cual querrá trabajar, sino también deberá trabajarlo de tal
modo que termine resultando sólido y atractivo. ¿Te das cuenta de lo que estoy
hablando? Te lo pregunto, porque yo recién lo estoy haciendo apenas he
terminado de escribir estas líneas. Le estoy exigiendo al ensayo, al resultado
del trabajo del ensayista, que su contenido —el material— sea intervenido de
manera que se sostenga por sí mismo, es decir, que haya una estructura, un
esqueleto, a cargo de ello, así como que dicho contenido —otra vez el
material— sea intervenido de manera que
llame la atención del lector, ya sea con delicadeza y finura o ya sea con desfachatez
e ironía. De un lado la especialización y del otro la técnica. Las dos son
palabras horribles, pero sé que me entiendes. Si propones dos mejores, las
tomaré sin problemas. ¿Sabes? Hay algo que no quiero dejar ir, así que te lo
diré así en bruto. Indico que el ensayista deberá obtener su material. Bueno,
para eso, también, creo yo, tendrá que recurrir a la especialización y a la
técnica para lograrlo. Entonces, al final, todo —como siempre ocurre en el caso
de las cosas que viven— termina vinculándose, el extremo de aquí con el extremo
de allá, lo cóncavo de por allá con lo convexo de por aquí, y así hasta la
náusea.
Otro paréntesis. No sé porque digo náusea. ¿Será
porque no es conveniente —para la salud espiritual de uno— estar enterado de
cada uno de los vínculos que se forman alrededor de uno? ¿Será por temor de
descubrir que no somos un extremo sino un vínculo cualquiera? No sé. Ya estoy
divagando. Mejor sigo con lo que te decía.
El hecho es que la especialización y la técnica
(tienes que ayudarme a encontrar otras dos mejores palabras) intervienen en
todos los procesos del trabajo del ensayista. Es más, sin ellas no puedes ser
un ensayista. No se trata del trabajo únicamente, o del resultado del trabajo,
sino del propio trabajador. Quizá —y pienso que esto ya no es uno de mis
típicos discursos de consuelo— esto explicaría porque toma tanto tiempo llegar
a ser uno. Antes, quiérase o no, has debido ser un especialista, pero también
un creador. Antes, has debido querer ser uno de los mejores
investigadores/críticos/teóricos de por estos lares, pero también has debido
querer ser uno de los mejores poetas o narradores de tu generación. Creo que,
ya sin rubores o falsas modestias, tú y yo hemos deseado —tarde o temprano, uno
antes del otro o viceversa— esos rasgos para con nuestras propias historias.
¿Me equivoco?
Un último paréntesis. He vuelto a escribir poemas
—o textos con pretensiones de poesía— y eso es algo que no hacía desde hace
como cinco años. Ahora me siento menos osado, como cuando en las épocas de la
facultad era capaz de salir a leer cualquiera de mis textos frente a una
veintena de personas, pero ahora me siento más preparado, no en vano he leído
las cosas que he leído y tampoco han sido casuales las cosas que me han tocado
vivir. Volvamos.
Así pues, lo ideal —para el ensayista— es saber
encontrar el equilibrio entre su ser investigador y su ser creador. Te lo digo
porque de caer en uno de los dos, pues puede perder ciertas destrezas,
habilidades, competencias, no sé qué nombre darles, que son muy
necesarias. Son vitales. Imagina un
ensayista como neto investigador (con la rigidez como consigna). No aceptará
los aportes del azar, de la idiotez, de la incertidumbre. Imagina un ensayista
como neto creador (con el ritmo como dios). No le importará inventar cualquier
cosa con tal de no estropear la imagen
que elabora.
Estuve leyendo aquel libro de entrevistas que Edgar
O’Hara preparó sobre Emilio Adolfo Westphalen. Se llama La poesía en custodia, y fue editado por el
Congreso de la República, allá por 2005. Rescato el siguiente pasaje para que,
con tus cuotas de especialización y de técnica debidamente desarrolladas, te
des cuenta de lo que te he venido diciendo.
Un abrazo.
E.O.: ¿Fue un recurso [el uso de los guiones] que hiciste que saltara
de la poesía a tus ensayos o de tus ensayos a la poesía?
E.A.W.: Cómo será. En los ensayos pongo los guiones.
E.O.: Y en los poemas también… Hay un deseo de expresar la experiencia
de lo poético a través de una forma que junte la prosa con la poesía, para no
hablar de verso… Me gustaría saber si era un deseo de eliminar una frontera
entre la reflexión sobre el poema y el ejercicio de arañar o “desgarrar” lo
poético…
E.A.W.: Bueno… ya vas muy lejos, creo.
E.O.: Es que hacia allá me llevan tus escritos.
E.A.W.: Hay mucho de inconsciente en todo eso… Tú eres muy consciente de
cada detalle…
E.O.: Porque tú eres un poeta que no se permite la irracionalidad a la
hora de buscar la palabra justa. En ese sentido la maestría de Eguren, ¿no?, te
ha llevado a ello, a diferencia de la escritura de Moro, que es tan distinta.
Tus prosas son una especie de homenaje, o respuesta, o guiño, a Los motivos….
E.A.W.: Bueno, puede ser que algo de eso haya ocurrido porque es muy
particular la prosa de Eguren. ¡Y…! Ya estoy cansado.
E.O.: Terminemos entonces.
(pp. 129-130)
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