miércoles, 19 de junio de 2013

Respuesta


 Estimado Lisandro:

Comparto tu punto de vista respecto al ensayista.  Y no considero que sea una afirmación arbitraria. Porque de acuerdo a cómo interpreto lo que señalas, pues, sí, el ensayista está entre el especialista y el creador. De uno debe rescatar y mantener la exhaustividad y rigor respecto a los datos,  recuerda que Rebaza así también lo plantea, mientras que del otro tiene que conservar y demostrar la pericia y el genio para hacer de su trabajo algo valioso, más allá de las cuestiones (y cuestionamientos) contextuales que, en un principio, pudieran motivarlo. Y esto último es una idea de Cerda, el ensayista chileno que descubrí en la Librería de la PUCP. Pero también de Neyra, quien, en nuestras dos esporádicas y brevísimas conversaciones,  era muy tajante acerca de ese punto (y aquí lo parafraseo, aunque si pudiese reproducir las imágenes que llevo en mi memoria, en especial la de su mano sosteniendo —en ese preciso instante— la idea —un objeto invisible pero palpable— y colocándola —exhibiéndola— frente a mi rostro, supongo, entonces, que solo de ese modo, todas estas palabras serían más creíbles): uno puede tener el conocimiento, que en el caso del ensayo —y este es ya un aporte mío— viene a ser un conjunto de interrogantes sin pronta solución, pero si no se sabe cómo transmitirlo, si uno no maneja la prosa responsablemente, entonces no le sirve de nada, no puede hacer  nada finalmente.

Un paréntesis. Es casi imposible concentrarse en ideas de este vuelo cuando uno tiene prácticamente el cuerpo entero adolorido. Estos días he estado con la bicicleta de un lugar  para otro, cosa que nunca había llevado con el ritmo que lo estoy haciendo ahora, pues siempre la utilizaba una o dos veces a la semana, pero nunca cinco días seguidos y sin ninguno de descanso. Además, hace un par de días, junto con unos amigos del barrio, tuvimos una pichanga nocturna, que —triste es aceptarlo— ha evidenciado el innegable peso (así, con e, y no con a) del tiempo sobre mi cuerpo. Continúo.

Digamos que el ensayista no solo deberá obtener el material sobre el cual querrá trabajar, sino también deberá trabajarlo de tal modo que termine resultando sólido y atractivo. ¿Te das cuenta de lo que estoy hablando? Te lo pregunto, porque yo recién lo estoy haciendo apenas he terminado de escribir estas líneas. Le estoy exigiendo al ensayo, al resultado del trabajo del ensayista, que su contenido —el material— sea intervenido de manera que se sostenga por sí mismo, es decir, que haya una estructura, un esqueleto, a cargo de ello, así como que dicho contenido —otra vez el material—  sea intervenido de manera que llame la atención del lector, ya sea con delicadeza y finura o ya sea con desfachatez e ironía. De un lado la especialización y del otro la técnica. Las dos son palabras horribles, pero sé que me entiendes. Si propones dos mejores, las tomaré sin problemas. ¿Sabes? Hay algo que no quiero dejar ir, así que te lo diré así en bruto. Indico que el ensayista deberá obtener su material. Bueno, para eso, también, creo yo, tendrá que recurrir a la especialización y a la técnica para lograrlo. Entonces, al final, todo —como siempre ocurre en el caso de las cosas que viven— termina vinculándose, el extremo de aquí con el extremo de allá, lo cóncavo de por allá con lo convexo de por aquí, y así hasta la náusea.

Otro paréntesis. No sé porque digo náusea. ¿Será porque no es conveniente —para la salud espiritual de uno— estar enterado de cada uno de los vínculos que se forman alrededor de uno? ¿Será por temor de descubrir que no somos un extremo sino un vínculo cualquiera? No sé. Ya estoy divagando. Mejor sigo con lo que te decía.

El hecho es que la especialización y la técnica (tienes que ayudarme a encontrar otras dos mejores palabras) intervienen en todos los procesos del trabajo del ensayista. Es más, sin ellas no puedes ser un ensayista. No se trata del trabajo únicamente, o del resultado del trabajo, sino del propio trabajador. Quizá —y pienso que esto ya no es uno de mis típicos discursos de consuelo— esto explicaría porque toma tanto tiempo llegar a ser uno. Antes, quiérase o no, has debido ser un especialista, pero también un creador. Antes, has debido querer ser uno de los mejores investigadores/críticos/teóricos de por estos lares, pero también has debido querer ser uno de los mejores poetas o narradores de tu generación. Creo que, ya sin rubores o falsas modestias, tú y yo hemos deseado —tarde o temprano, uno antes del otro o viceversa— esos rasgos para con nuestras propias historias. ¿Me equivoco?

Un último paréntesis. He vuelto a escribir poemas —o textos con pretensiones de poesía— y eso es algo que no hacía desde hace como cinco años. Ahora me siento menos osado, como cuando en las épocas de la facultad era capaz de salir a leer cualquiera de mis textos frente a una veintena de personas, pero ahora me siento más preparado, no en vano he leído las cosas que he leído y tampoco han sido casuales las cosas que me han tocado vivir. Volvamos.

Así pues, lo ideal —para el ensayista— es saber encontrar el equilibrio entre su ser investigador y su ser creador. Te lo digo porque de caer en uno de los dos, pues puede perder ciertas destrezas, habilidades, competencias, no sé qué nombre darles, que son muy necesarias.  Son vitales. Imagina un ensayista como neto investigador (con la rigidez como consigna). No aceptará los aportes del azar, de la idiotez, de la incertidumbre. Imagina un ensayista como neto creador (con el ritmo como dios). No le importará inventar cualquier cosa con  tal de no estropear la imagen que elabora.

Estuve leyendo aquel libro de entrevistas que Edgar O’Hara preparó sobre Emilio Adolfo Westphalen. Se llama La poesía en custodia, y fue editado por el Congreso de la República, allá por 2005. Rescato el siguiente pasaje para que, con tus cuotas de especialización y de técnica debidamente desarrolladas, te des cuenta de lo que te he venido diciendo.

Un abrazo.

E.O.: ¿Fue un recurso [el uso de los guiones] que hiciste que saltara de la poesía a tus ensayos o de tus ensayos a la poesía?
E.A.W.: Cómo será. En los ensayos pongo los guiones.
E.O.: Y en los poemas también… Hay un deseo de expresar la experiencia de lo poético a través de una forma que junte la prosa con la poesía, para no hablar de verso… Me gustaría saber si era un deseo de eliminar una frontera entre la reflexión sobre el poema y el ejercicio de arañar o “desgarrar” lo poético…
E.A.W.: Bueno… ya vas muy lejos, creo.
E.O.: Es que hacia allá me llevan tus escritos.
E.A.W.: Hay mucho de inconsciente en todo eso… Tú eres muy consciente de cada detalle…
E.O.: Porque tú eres un poeta que no se permite la irracionalidad a la hora de buscar la palabra justa. En ese sentido la maestría de Eguren, ¿no?, te ha llevado a ello, a diferencia de la escritura de Moro, que es tan distinta. Tus prosas son una especie de homenaje, o respuesta, o guiño, a Los motivos….
E.A.W.: Bueno, puede ser que algo de eso haya ocurrido porque es muy particular la prosa de Eguren. ¡Y…! Ya estoy cansado.
E.O.: Terminemos entonces.

(pp. 129-130)


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