viernes, 7 de junio de 2013

¿Hacia dónde?

Estimado Paulo:

Ha caído entre mis manos, por pura casualidad, un libro de la historiadora María Emma Mannarelli, Pecados públicos. Es un texto breve, claro y de ideas cabales. Su lectura ha despertado en mí las disquisiciones, comentarios y golpes bajos de una discusión que, seguramente, tú también conservas en la memoria. Me refiero a ese extenso diálogo que mantuvieron Mirko Lauer, Antonio Cornejo Polar, Washington Delgado, Abelardo Oquendo y Marco Martos en 1979, y que recién fue publicado dos años después por Mosca Azul editores. El tema central que concitó esa reunión fue la “crisis de los estudios literarios”. Una de las frases que abrió el debate remarcaba cómo las ciencias sociales iban despojando a los estudios literarios de sus temas. Hasta qué punto es esto verdad no lo sé. Pero conforme avanzaba el debate, me daba cuenta de que el tema de fondo era la especialización de la investigación literaria. Para ellos, la forja de una academia universitaria nacional relacionada con las agendas de otras universidades extranjeras, significaba una giro radical respecto a cómo se había concebido y llevado a cabo los estudios literarios. Recuerdo, a media luz, con especial énfasis, una frase de Oquendo que sostenía que para hacer crítica literaria no hacía falta más que un poco de agudeza y ciertas lecturas imprescindibles de los clásicos de la literatura. Es cierto que cada uno de los participantes, a su manera, simbolizaba una actitud, o un estado, respecto a este proceso que se consolidaba en estos años.
Lauer mencionó en un ensayo posterior, “El liberal imaginario”, de su libro El sitio de la literatura. Escritores y política en el Perú del siglo XX, 1989, que debido al Boom de la novela latinoamericana se había establecido un puente comercial entre España y esta parte de América. Asimismo, creo, se había creado un puente académico, de discusión y de problemáticas similares. Latinoamérica, en primer lugar su literatura, entraba a formar parte de los temas vigentes. En el fondo, la especialización era un nuevo componente que ponía en jaque las formas tradicionales de concebir la literatura. En el proceso creativo, la universidad iría cobrando poco a poco una mayor relevancia. Y la figura del estudioso de la literatura iría separándose de la del ensayista y la del creador. Te has dado cuenta de que distingo entre el ensayista y el creador. Parece una arbitrariedad sin duda. No niego que a veces una misma persona podía encarnar roles distintos. Pero lo que me importa es rescatar cómo el primero justificaba, en parte, su discurso por la eficacia social que portaba, por lo menos potencialmente. Me parece claro que para Mariátegui la elegancia y el ritmo raudo de su prosa eran mecanismos para concitar la atención de un lector ávido de una dirección. Incluso cuando el público se reduce por la “especialización” del tema (en este momento pienso en los ensayos literarios de Paz), la persuasión parece ser un rezago de esa antigua eficacia social que he mencionado. En el ensayo pervive esa búsqueda de credibilidad (mira que no digo veracidad).
Ahora, me dirás, ¿qué tiene que ver eso con la “crisis” de los estudios literarios y la especialización? Creo que la lectura de Pecados públicos me ha permitido notar, desde este lugar del mundo, que estamos en un camino inverso: la “especialización” implica una suerte de marco común. Las ciencias sociales no pueden —ni deben— alejarse de la literatura. Y el ensayo cumple un rol pertinaz en esta nueva circunstancia. Escribir un ensayo es aspirar a la recuperación de ese canal entre la conciencia crítica del lector y el investigador. Ahora falta especificar dos cosas: cómo escribirlo y cómo transformar ese discurso en una práctica política. Habrá que releer a ciertos nombres claves y no contentarse con lo que dicen los manuales.

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