miércoles, 29 de mayo de 2013

Tribulaciones de un exlibrero

Alentado por mi alma, ya que me lo venía suplicando desde hacía tantos años atrás, y, pues, en algún momento tenía que hacerle caso, he decidido no continuar trabajando de librero. Sucede que ya estoy cansado de serlo, no quiero continuar siendo sometido por este simulacro de la felicidad que es la rutina, como Julio Ramón Ribeyro alguna vez la llamó. Ahora quiero ser un ave, quiero ser una lagartija, cualquier cosa en realidad, con tal de volver a la vida, para escapar impunemente del pozo y el péndulo de la oferta y la demanda, de mi pesadilla del aire acondicionado, de las reposiciones salvajes, del tiempo de las liquidaciones, de las promociones peligrosas, y, sobre todo, de las reclamaciones extraordinarias con las que siempre habían de llegar los clientes minutos antes del fin de la noche.

En alguna oportunidad, George Orwell me dijo: “Sin embargo, la verdadera razón de que no me guste el oficio de ser librero, al menos de por vida, es que mientras me dediqué a él perdí todo mi amor por los libros. Un librero tiene que mentir como un bellaco cuando habla de libros, lo cual le produce un evidente desagrado. Aún peor es el hecho de estar constantemente quitándoles el polvo y moviéndolos de acá para allá.” Sin haberle apartado la mirada en ningún momento, asentí en silencio cada una de sus sabias palabras.

¿Cómo soporté esta situación por más de un lustro de mi vida? Quizás porque era víctima de un malestar adquirido desde el primer día de trabajo con los libros, que terminó por esclavizarme, pues supo aprovecharse de mi siempre insatisfecha necesidad de leer, leer y leer. Y lo peor es que lo sabía. Me ocurría todo lo contrario a lo que deben experimentar aquellos que no son más que simples vendedores de libros. Porque para ellos, al deshacerse de sus uniformes, al terminar su turno —chau, cuídense—, una página más, una página menos, el mundo seguía girando como si nada.

(Algunos cuantos) Dogmas: Leer es estar y no estar aquí, es ser y no ser uno. Ningún libro se parece a otro: todos son únicos. Las etiquetas temáticas son inservibles para aquellos libros que son realmente valiosos. Un verdadero lector, un lector fiel, sabe lo que quiere, lo que necesita; un verdadero ladrón también. No siempre hay que llegar hasta la línea final de un libro para encontrar lo que tiene destinado para uno. Se les llama “huesos” a los libros rechazados por el mercado, por el arte y por el azar, y que se quedan refundidos en el fondo de los anaqueles. Los clientes que tienen mayor poder adquisitivo, los que más pueden comprar, pero no lo hacen, son los que con más ahínco esperan, extrañan y exigen algún tipo de promoción y/o descuento.

No puedo negar que gracias a esta labor tuve acceso a un centenar de autores y temas de los que, de haber cumplido con un destino distinto, muy probablemente nunca me hubiese enterado de su existencia. Asimismo, gracias a los libros de la librería, pude conocer a más de una persona valiosa, tanto en mente como en espíritu, muchas veces a partir de una coincidencia de gustos o de indagaciones. Y es que en ocasiones bastaba una corta conversación como para convencerme de que debía acercarme más a una determinada persona. El problema surgía cuando llegaba el momento de la despedida y yo tenía que quedarme —testigo de una partida tras otra— a cumplir con mi horario y a anular cada una de mis más cálidas manifestaciones de humanidad, en nombre de la seriedad del establecimiento y de la comodidad de los clientes. Ni siquiera el disponer de miles de libros tras de mí, como soporte para estas caídas anímicas mías, me ayudaba a salir sano y salvo de esas situaciones.
 
Libros: esos objetos —la gran mayoría de veces— hechos de papel, similares a las cajas, si hasta su forma comparten, pero que en vez de contribuir contigo para que en ellos puedas almacenar todo lo que desees, más bien te obligan a salir en búsqueda de más y más cosas con las que rellenar tu propio interior.

 Por eso, y entre otros motivos que algún día detallaré con mayor paciencia, y —además—porque tengo otras expectativas para mi vida, abandono mi preciosa cárcel de marfil. 


1 comentario:

  1. Casi lloro amigo Paulo. No te diré suerte o éxitos en lo que emprendas, sino, como dicen los del teatro a todo pulmón, "mucha mierdaaaa" hoy y siempre. Saludos!

    Sandra

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