Y es que las canciones nunca son capturadas, son
ellas las que se apoderan de uno.
Cruzan el aire dejando sus notas dispersas —una
sílaba por aquí, un acorde por allá—, las cuales se alargan y se tensan hasta
quedar como sólidos filamentos de transparente cobre, y, con tal de reunirse de
nuevo, se introducen ardientes por los oídos, buscando confundirse con las
frágiles hebras del sueño ya desgarrado.
Depende de cuánto se intercalen como para que el
sueño se vea afectado. A veces, no son más que un agregado de fondo en las
escenas donde actuamos; otras veces, en cambio, alguien nos dicta un mensaje
con ellas. Pero también ocurre que nos ponemos a cantarlas y suenan muy bien,
como jamás han sonado y jamás han de sonar en nuestras vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario