miércoles, 8 de mayo de 2013

Sobre la interferencia de las canciones en los sueños

Si uno se duerme con la radio encendida, la delicada placenta del sueño puede ser asaltada por las canciones que, a través de la noche, han de brotar desde los parlantes.

Y es que las canciones nunca son capturadas, son ellas las que se apoderan de uno.

Cruzan el aire dejando sus notas dispersas —una sílaba por aquí, un acorde por allá—, las cuales se alargan y se tensan hasta quedar como sólidos filamentos de transparente cobre, y, con tal de reunirse de nuevo, se introducen ardientes por los oídos, buscando confundirse con las frágiles hebras del sueño ya desgarrado.

Depende de cuánto se intercalen como para que el sueño se vea afectado. A veces, no son más que un agregado de fondo en las escenas donde actuamos; otras veces, en cambio, alguien nos dicta un mensaje con ellas. Pero también ocurre que nos ponemos a cantarlas y suenan muy bien, como jamás han sonado y jamás han de sonar en nuestras vidas.

Para mí, entonces, es demasiado penoso despertar y darme cuenta de que solo ha sucedido esto último.  

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