viernes, 3 de mayo de 2013

Mi cerebro

Mi cerebro no es más que un conjunto de enormes redes barrederas que, al hallarse tan confundidas entre sí, han terminado por envolverse las unas a las otras. Las redes barrederas son aquellas que desplegadas entre dos o más embarcaciones, se utilizan en alta mar para capturar, no solo cantidades industriales de peces, sino también presas del tamaño de un tanque de guerra. Así que el símil no resulta casual. Pues por más ducho que me crea en su manejo, todos los días caigo y me quedo atrapado en su interior. A veces hecho un escurrido cardumen; otras veces, un monstruo lleno de pánico.


Mi cerebro es demasiado voluminoso e insaciable para tratarse de un órgano compuesto de fibras y uniones de fibras. Ya se ha acostumbrado —ya nos hemos acostumbrado— a que me inmovilice y comience a asfixiarme decenas de veces al día. Solo alguien que pueda fungir de cuchillo, y le reviente sin piedad, toda la  noche, cada una de sus ataduras, me ayudará a librarme de él.


Mi cerebro necesitará —yo necesitaré— por lo tanto, y aunque suene algo violento el método, que se lo abra, sin importar si en el proceso uno que otro retazo resulte desprendido por completo, y que se lo extienda sobre la realidad, lanzándolo lo más lejos posible de mí mismo: quizás, de este modo, sí capture algo de verdad, algo que valga el esfuerzo.

Todo esto con el fin de que mantenga el vigor y no acabe conmigo, su poseído poseedor.

Todo esto, siempre y cuando, yo no pretenda —tras cada corte que se le inflija— remendarlo en las madrugadas, como para que reaparezca, a la mañana siguiente, cual si fuese una hidra, regenerado hasta su último rincón.


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