viernes, 10 de mayo de 2013

Pa' ella, a la peruana

I

¿Escribir para qué? ¿Para liberarse? ¿Por goce? ¿Por autoestima? ¿Como terapia? ¿Por vanidad? ¿Por amor? ¿Por miedo? ¿Para salvar el mundo? ¿Para destruirlo? ¿Para suicidarse? ¿Para encontrar un amigo? ¿Para burlarse de los demás? ¿Para exhibirse? ¿Escribir por escribir? ¿Por la patria? ¿Para ganar dinero? ¿Cómo venganza? ¿Para alimentar a los hijos? ¿Para persuadir? ¿Para mentirse? ¿Para no matarse? ¿Para conquistarla? ¿Para martirizarla? ¿Por rencor? ¿Por envidia? ¿Por la gloria? ¿Para inmolarse? ¿Para que te recuerden? ¿Para que una calle lleve tu nombre? ¿Para licenciarse? ¿Para vender? ¿Para comprar? ¿Para tener una revista? ¿Para viajar por el mundo? ¿Para ser importante? ¿Por sinceridad? ¿Por asco? ¿Para la posteridad? ¿Para asegurarse una beca? ¿Por si acaso? ¿Porque sí? ¿Porque no sé hacer otra cosa? ¿Por trabajo? ¿Por ninguna de las anteriores? ¿Porque me da la reverenda gana? ¿Porque quiero? ¿Porque puedo? ¿Por la migraña? ¿Para cuidar el páncreas? ¿Para evitar la nostalgia? ¿Para evitar la pachocha? ¿Para calentar el cuerpo? ¿Para bajar de peso? ¿Para endurecer las nalgas? ¿Para imaginar? ¿Para vivir?


II

¿Original?

Reviso mi primer apunte en este blog. Algo de tristeza empaña los ojos que observan, con algo de detenimiento, esas líneas caprichosas. La manera obsesiva en la que se reitera, sin justificación alguna, el mito de la identidad, del yo —arraigado todavía fuertemente en nuestra conciencia—, me parece, ahora que lo reviso nuevamente, deplorable, casi grosero. La exaltación no reemplaza al precioso ejercicio de la argumentación. Cualquier proclama que tuviera como base esta farsa no puede sostenerse ante la mínima indagación. Descubro sin sobresaltos que la angustia de esas líneas encuentra su mitad en otro mito, acaso más frágil que el anterior: la originalidad. La idea de que nuestra identidad es una singularidad absoluta es el cimiento para esta otra más descabellada: esa individualidad merece ser registrada, inventariada en el extenso catálogo de las creaciones artísticas. Lejos estamos ya del entusiasmo romántico. Ahora, “cuando todo está dicho”, ¿qué propósito tendría resucitar esa antigua mitología? ¿La importancia de la persona consagra la importancia de la obra? Creemos ser únicos, cuando en realidad no somos más que réplicas insignificantes, duplicados de una sola imagen ubicua. Nuestra felicidad es impostada. El dolor que nos sorprende es otra artimaña del engaño. No sentimos. No pensamos. No somos más que el abismo que existe entre un cuerpo y otro cuerpo. No habitamos dentro sino recorremos pasillos imposibles donde alguien asegura respirar. ¿Qué hacer frente al flujo lujoso de las imágenes que se repiten? El desconcierto escandaloso de vivir en busca de la semejanza, de la simetría, de la sinonimia absoluta del alma exige de nosotros algún tipo de respuesta. ¿Esperanza? ¿Es el papel el peligroso estímulo que incita a la revuelta? ¿Puede uno refugiarse en las palabras que se amontonan como granos de cebada? ¿Qué absurdo espejismo ilumina nuestro camino a la salvación? Frente a la dictadura de lo mismo, ¿qué sentido tiene creer en uno mismo? La distancia entre el mar y el vaso con agua no es una metáfora.   

III

Como que Mario Bellatin se dio cuenta hace mucho

¿Existe un camino? ¿El entrenamiento de la sensibilidad? ¿La aristocracia del sentir? ¿El egoísmo de la perspicacia? Consumo poesía —no existe mejor expresión—. Me quejo porque los demás no consumen poesía. Creo ser mejor porque “yo sí siento, yo sí entiendo”.
Peligrosa mirada que se cree todavía en el siglo XIX: el arte como espacio privado, exclusivo. ¿El poeta aspira al infinito? Siempre. Solo que le hace falta una nueva dieta.

IV

Créase que no está aquí

Me arrodillo y siento. La coraza. Del corazón. Es un animal. Separado. Como yo o como. Tú. Que no crees en. Nada. Más. Encierro. Las monedas que. Pasan. Por aquí y. Por acá. Hay. Una exquisita. Y. Trémula. Caricia. Todavía suspirando donde. El polvo no. Envejece ni. Ansía.

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