
Los costumbristas
eran capaces de escribir un periódico ellos solos. Sin necesidad de redactores,
se inventaban todas las secciones y las elaboraban ellos mismos. Diagramadores.
Directores. Redactores. Publicistas. Esa maleable capacidad para el trabajo y el
vértigo de la premura por publicar a tiempo han quedado impregnados en sus
artículos. No son cuentos. No son crónicas. No son ensayos. Son una especie de
espacio intersticial donde la forma se retuerce y cambia según la necesidad del
autor. Cada vez que he revisado uno de esos artículos, me digo como lector “y
ahora qué toca”. Siempre sorpresivos, no siempre diestros. Estos artículos no
son perfectos. A veces yerran. Otras, se quedan a medio camino, por alguna
dificultad técnica. Sin embargo, cuando termino de leer, una sonrisa de
iluminado cubre el lado izquierdo de mi rostro (súmele a eso, lector, mis
formas redondeadas y verá, sin problemas, la eminente figura de Buda), me digo
entonces, diosito lindo, por lo que más quieras, dame la vehemencia y la fortaleza
de un costumbrista. Y, luego, espero que Lisandro Gómez despierte convertido en
un monstruoso costumbrista.
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