martes, 23 de abril de 2013

El principio

—Te has preguntado si en verdad son conflictos intelectuales, es decir, si de verdad son asuntos que te tienen que llevar a ese estado. Te comprendo, pero a veces no sientes como que te estás haciendo demasiados embrollos, a tal punto que acabas atosigándote a ti mismo en pos de un pervertido ideal de perfección formal inalcanzable, por inexistente.
        —Sí, pero uno se exige lo que exige a los demás...
        —Es un círculo vicioso.
—Ah.
—Me frustra no poder escribir un correo porque me interrumpen a cada rato; ello conlleva a que de forma inconsciente vaya creyendo que no soy capaz de escribir. Ella me escribe mucho. Dibuja. Me asusta. Porque también quisiera expresarme, pero la falta de tiempo me hace sentir un ágrafo, un inútil, incapaz de decir lo que quiero decir.
        —Sí. Cuando terminas de dictar no puedes ni sentarte a pensar, buscas distracción a como dé lugar. Me distraigo imaginando cosas, pero no ayuda en nada. A veces sientes que el único lugar para escribir es dentro de la cabeza de uno.
        —¡ESO! Es eso.
        —Si fuera verdad, ya habría terminado mi obra maestra, vapuleado las teorías sobre el amor de Octavio Paz y exprimido la comprensión que se tiene sobre la obra de Vallejo...
        —Y yo ya estaría redactando mi ensayo sobre Eguren (o Eielson). 
        —¡Maldita sea!... Escritor dentro de la cabeza.

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